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    Carmen Posadas: «Me gusta navegar en todas las aguas»


    Con el referente de «La feria de las vanidades», del escritor británico William Thackeray (1811-1863), Carmen Posadas nos ofrece «La maestra de títeres» (Espasa), un incisivo retrato de la «jet-set» madrileña que abarca los últimos sesenta años de la historia española, protagonizado por Beatriz Calanda, asidua de las revistas del «cuore», y con jugosos cameos (Lola Flores, Luis Miguel Dominguín, Javier Marías...). No es la primera vez que la autora de títulos como «Pequeñas infamias» -Premio Planeta-, «La bella Otero» o «La cinta roja», entre otros, se adentra en este ambiente, que tan bien conoce, pero quizá «La maestra de títeres» resulte su obra más ambiciosa. ¿Cómo le surgió la idea de «La maestra de títeres»? Lo que yo me proponía realmente era hacer un homenaje a uno de mis clásicos favoritos, «La feria de las vanidades», una novela que sirve a William Thackeray para hacer un recorrido, entre satírico y costumbrista de más de cincuenta años de la historia de Inglaterra. Becky Sharp, su protagonista, es una mujer de origen humilde, sin mucha formación, que ni siquiera es demasiado guapa pero que, sin embargo, logra introducirse en los mejores ambientes y triunfar en la Corte. Me pregunté, por tanto, quién podría ser la Becky Sharp de nuestro tiempo que permite a Thackeray hacer un retrato tan interesante de la sociedad de su tiempo y pensé que quién más se le parece hoy en día, es un personaje de las revistas de corazón. Así nació Beatriz Calanda. Luego, para darle vida, tomé de la realidad los elementos que más me interesaban. De una persona, su aspecto físico, de otra sus muchos maridos, de una tercera su origen familiar… Beatriz Calanda no es nadie en particular sino un especie de «collage». ¿Estamos ante un «roman à clef»? En cierto modo sí pero, salvando las enormes distancias, lo es de las misma manera que «En busca del tiempo perdido» puede considerarse como tal. Hasta ahora se especula sobre quién puede ser Swann o la duquesa de Guermantes. Pero Marcel Proust siempre dijo que eran prototipos formados por diversas personas. Nadie es nadie y todos son todos. «Beatriz Calanda no es nadie en particular, es una especie de "collage". De una persona tomé su aspecto físico, de otra sus muchos maridos...» ¿Es «La feria de las vanidades» de la «jet-set» madrileña? Esa era mi idea y lo que más me interesaba. Con la coartada de contar la vida de la familia Calanda en tres épocas distintas, hablo de temas relativos a cada época. En los años cincuenta trato de la España franquista pero también de los opositores a Franco, de los topos que se escondían durante años, de las costumbres sociales, de la España en blanco y negro pero también de la que, bajo ese manto de moral y respetabilidad, sabía divertirse como nadie. En el tramo de los setenta, me ocupo del fin del franquismo, de cómo todo el mundo se hizo demócrata, del destape, de la vuelta de Carrillo y La Pasionaria... Se ha apoyado en su conocimiento de primera mano de los ambientes de la alta sociedad... Sí, pero también en mi experiencia en los de otras clases sociales. Siempre me ha gustado navegar en todas las aguas, tener amigos en todas partes, vivir mil vidas. ¡Con decirle que tengo en mi armario ropa adecuada a cada uno de mis yoes! Me adapto a todo. Supongo que eso es el resultado de mi vida como hija de diplomático, hoy aquí, mañana allá, hoy arriba, mañana abajo… Maneja muy bien la ironía, quizá más eficaz que la sátira descarnada… Me interesa mucho la ironía. Como dice Oscar Wilde, la mejor manera de hablar de las cosas serias es hacerlo en broma. La sátira también me gusta pero no hago sangre. Yo no juzgo jamás a mis personajes. Quiero que sean como somos las personas de carne y hueso, con nuestros defectos y nuestras virtudes. No creo en los malos malísimos y menos aún en los buenos buenísimos. En mis novelas, hasta los personajes menos recomendables tienen rasgos redentores. «La impostura puede dar muy buen resultado pero nada es gratis en esta vida. Todo tiene su precio a veces altísimo» ¿Cómo definiría en esencia a Beatriz Calanda? Como a Becky Sharp. Es una mujer inteligente, práctica, que sabe lo que desea y la manera de lograrlo. Pero también es una mujer atrapada por su propio personaje. La impostura puede dar muy buen resultado pero nada es gratis en esta vida. Todo tiene su precio a veces altísimo y yo lo que quería era mirar detrás de esa máscara de éxito social y sentimental… ¿Vale la pena ser como ella? No sé. ¿El hombre es un títere en manos de la mujer, si esta sabe manejar sus armas? También hay hombres manipuladores, no es un ardid únicamente femenino. Pero considero que las mujeres somos más sutiles a la hora de usarlo. Hay un truco femenino -yo no tengo esa habilidad, pero la admiro mucho-, que es hacer creer al contrario que está haciendo su voluntad cuando, en verdad, es ella la que le ha metido esa idea en la cabeza. «No juzgo jamás a mis personajes. Quiero que sean como somos las personas de carne y hueso, con nuestros defectos y nuestras virtudes» Trabaja mucho a sus personajes. Por ejemplo, Juan Pablo Yáñez de Hinojosa es una suerte de pícaro moderno… Es mi personaje favorito del libro. En efecto, es un pícaro moderno, se adapta al terreno. Cuando hay que ser franquista es el más franquista, cuando llega mayo del 68 se pasea con un libro de Sartre debajo del brazo, cuando viene la democracia es el más demócrata y monárquico. Darwinismo puro, y también mi particular homenaje a Galdós y sus maravillosos personajes madrileños. Entremezcla personajes reales e inventados, ¿se lo planteó así desde que decidió escribir la novela? Sí. Desde el principio lo concebí así. Aparecen personajes reales en las distintas etapas en que se desarrolla la novela. Me divierten mucho este tipo de cameos: Luis Miguel Dominguín, la duquesa de Alba, Jorge Semprún... en los años cincuenta; Javier Marías, Juan Benet o Enrique Curiel... en los setenta. Algunos como Lola Flores tienen incluso su propio capítulo.
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