Decibelios, afonías y cerveza: la fiesta de la afición de Boca Juniors
Por más que se mirase a un lado y a otro de la acordonada Castellana, busca que te busca a la espera de que el brazo de algún argentino se agitase con alguna intención que traspasase lo festivo o, como poco, algún insulto que no se atuviese al puro compadreo, la realidad imponía una celebración como pocas veces se había visto por estas tierras. Con más de seis horas de espera por delante, una marejada de hinchas de Boca Juniors agitaban la «fan zone» que se les había habilitado en Nuevos Ministerios. En la otra punta del paseo en el que aguarda el Bernabéu, en Curzo, se refugiaban la afición de River Plate. Y entre medias, con el coliseo blanco en el rabillo del ojo, sobrevenía una confraternización que tiraba por la borda el belicismo que vitaminaba el carácer histórico de la cita. Era la foto más repetida, con permiso del imponente reclamo de los acorazados de la Policía, si bien es cierto que eran los madrileños a los que les quemaba el teléfono móvil en el bolsillo cuando pasaban cerca de él. Los que a la hora de la comida esparcían algo más que la curiosidad por la Castallana tenían cosas más importantes de las que ocuparse. «Boludo, dejate de pensar en dónde comer: ¡tenés la Castellana cortada para ti solo!», le decía un padre a su niño, todavía tierno para calibrar la trascendencia de lo que estaba viviendo. Y con una frase, le hizo cumplir cinco años de golpe: «Con un uno a cero te podés dar por alimentado hasta la jubilación». El fanatismo tenía caminos opuestos. A medida que uno avanzaba hacia el punto de encuentro de los hinchas xeneizes cobraban protagonismo los decibelios, las banderas al viento, los cánticos centrados en el eterno vecino («Gallina, esa mancha no se borra más, te fuiste al descenso, quemando el Monumental»), la cerveza, el olor canuto y alguna que otra bengala. Hay que puntualizar que ninguno de los ingredientes dista mucho de los que conforman una previa en cualquier otro campo de postín europeo, sea cual sea el pasaporte de los que jueguen. La magnitud, maximizada por la pasión en el caso de este River-Boca, era lo que marcaba la diferencia. A la pregunta de si había algún tipo de actividad organizada para amenizar la espera del partido, uno de los encargados de proporcionar información a la afición de Boca sintetizaba: «Alentar hasta que me falte la voz». Al otro lado, conforme se acercaba el estadio, abundaba la fotografía franquicia de este 9 de diciembre: la de los aficionados de uno y otro equipo, ataviados cada uno con los colores correspondientes, abrazados. Era la estampa de la concordia final. «A nosotros nos robaron la ilusión de levantar el título en el Monumental y a ellos sentir todo esto en su casa», contaba uno de los xeneizes que se habían hecho con una de las 5.000 entradas dispuestas para la afición de Boca en Argentina. «Si estamos aquí es para ganar, por supuesto, pero también para demostrarles a todos que nuestra pasión no es lo que están queriendo hacer ver», se despedía, rota ya la garganta porque lleva cantando desde que se subió al avión. Minutos antes de las tres de la tarde, la Policía comenzó a desalojar los alrededores del Bernabéu. Se inauguraba así el plan de seguridad orquestado para esta tarde, consistente en tres anillos que delimitan el acceso al campo, con controles y registros en cada uno de ellos. El acceso está limitado a quienes dispongan de entradas o acreditaciones para ver el partido en el estadio. «¿No decían que esta gente eran unos delincuentes? Pues yo llevo aquí toda la mañana y todo el mundo es muy normalito», razonaba un quiosquero apostado en la frontera del último anillo.
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