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    La final del pánico busca un campeón


    La final de las finales, el punto de partida para un cambio de orden en la escala de lo importante en todo esto del fútbol, pintaba ya más a final sin fin que a otra cosa. En esas, con cuatro pelos en la cabeza de los Argentinos de tanto echarse las manos a donde no querían, emergió como terapia una ciudad, Madrid, y un estadio, el Santiago Bernabéu, en el que se metió con calzador todo el mejunje de épica, trascendentalismo e inverosimilitud que empapa al desenlace de la Libertadores. La gestación del presunto desenlace ha cebado los instintos hasta el paroxismo. Los incidentes previos dejan en el parte de guerra a un contendiente, River Plate, enfurruñado por no poder llevar el superclásico al Monumental, no digamos ya brindar un triunfo ante el vecino de siempre en la competición que ajusta las jerarquías en Sudarmérica. En la otra esquina, Boca Juniors apuró hasta el último instante su batalla, la de levantar el trofeo en los despachos del TAS, que hizo caso omiso a las reclamaciones con las que los xeneizes pretendían convalidar las pedradas recibidas en Buenos Aires. Con el partido puesto ya a enfriar en el invierno de España, 4.000 efectivos -2.200 policías, 1.700 vigilantes de seguridad del Madrid y 150 sanitarios- tratarán de hacer lo propio con los coletazos que pueda dar fuera del verde. Madrid mira hoy con cierta extrañeza a una masa que grita, siente y vive el fútbol como aquí no se conoce. La enajenación, tan alabada cuando procede como denostada cuando lo merece, hace de este domingo una prueba de fuego para la capital, ante el reto de borrar del mapa cualquier atisbo de belicismo al tiempo que sirve el confeti para la celebración del deporte sudamericano. El caso es que, por una cosa o por otra, guste más o menos la pelota, el mundo entero mira hoy a la Castellana. El partido lo tiene todo para despertar interés hasta en el último de la fila y, si le falta algo, acaso sea el fútbol. La paradoja explica buena parte del sino de esta final, un absurdo vendido bajo el eslogan de puerta grande o enfermería en el que bajo ningún supuesto cabe plantearse las consecuencias de la derrota.. La Conmebol, después de presionar hasta lo inhumano para que el encuentro se jugase después del asalto al autobús. con futbolistas en el hospital y otros tantos vomitando en el vestuario, presume ahora de acaparar miradas en todo el globo. No reparan en lo que el viernes desmenuzó el entrenador de Boca, Guillermo Barros Schelotto: «Por más que sea un clásico y uno tenga la expectativa de ver un gran partido, nuestra idiosincrasia y forma de jugar una final quizás no sea tanto para el espectáculo (...) No creo que vaya a ser un partido muy atractivo en lo visual, sino un partido trabado, en el que no se verá lo mejor de River o Boca». Y no será porque la ida no dejase de todo, en uno de los mejores partidos de la presente edición de la Libertadores, una grata sorpresa para quienes se asomaron con cautela al fútbol sudamericano atraídos por el reclamo del cartel. El pánico a la derrota, zona cero de esta final, rajó el partido del mismo modo que hoy puede echarle el candado. Quinto asalto De todo aquello ha pasado ya un mes, el doble de lo previsto inicialmente, a las puertas como estamos de la que será la quinta tentativa de final (dos hicieron falta para la ida y la de esta noche será la tercera fecha fijada para disputar la vuelta). Schelotto. en una contradicción que dijo más que cualquier verdad y que invita a meditar las virtudes de uno y otro equipo, prometió que el público podrá ver a dos equipos que quieren ganar, aunque «probablemente, ni siquiera se vea lo mejor de River y Boca». 5.000 hinchas del conjunto millonario -más todos los que hayan podido hacerse con una de las entradas dispuestas para el público de Madrid- pasearán desde primera hora su ansiedad por los alrededores del Bernabéu. Para ellos, la zurda del «Pity» Martínez, el revulsivo que es Quintero o la jerarquía del armazón que componen Armani, Maidana-Pinola y Ponzio son argumentos con los que pasar el café y lo que siga con mejor ánimo. A los otros 5.000 y añadidos que se sentarán en el fondo opuesto, conscientes en su mayoría de su inferioridad en el plano técnico pero agarrados como si les fuera la vida en ello, y para algunos así es, a la mística y el coraje de Boca en las finales, los apaciguará la recuperación de Pavón o la determinación de lo que podría ser una doble punta temible, Benedetto-Ábila, cuatro goles entre semifinales y el primer asalto de la final el primero y cinco en total el segundo, el que más en toda la competición.
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