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    La Sagrada Familia, siglo y medio de exabruptos y genialidades


    Fue Josep Pla quien calificó la Sagrada Familia de «exabrupto genial», y es precisamente así, entre genialidades y exabruptos, que la basílica que Gaudí empezó a edificar en 1889 ha ido creciendo hasta llegar a 2018 convertida en inmejorable caldo de cultivo para todo tipo de polémicas. Ahí está, sin ir más lejos, la enésima bronca entre los vecinos del barrio y la junta constructora a cuenta de uno de los proyectos más peliagudos asociados al templo. Esto es: la construcción de una escalinata frente a la fachada de la Gloria, en la calle Mallorca, que implicaría el derribo de al menos dos edificios y el desalojo de hasta 3.000 vecinos. Un escollo sobre el que todos los gobiernos municipales han pasado de puntillas y que ahora que se acerca el final de las obras, previsto para 2026, ha llevado a la Asociación de Vecinos de la Sagrada Familia a mover ficha y desempolvar un informe de 1975 que sostiene que la escalinata no tiene razón de ser. ¿El motivo? Fácil: no se trata de un diseño original de Gaudí, sino de una adenda posterior. Así, tal y como consta en el informe, fueron los discípulos del arquitecto quienes la añadieron en 1906. De hecho, en el texto que firma la Comisión de Patrimonio Histórico Artístico, ya se destaca que Gaudí aún vivía cuando el Ayuntamiento decidió no tener en cuenta las escaleras a la hora de planificar la urbanización de la zona. Sin planos En realidad, el culebrón de la escalinata ha despertado de nuevo un debate que asoma cada pocas décadas y que plantea si la Sagrada Familia sigue siendo una obra de Gaudí o si bien ha cobrado vida propia tras su muerte en 1926. Máxime si tenemos en cuenta que no se conservan planos originales y sólo algunos bocetos y unos cuantos moldes de yeso maltrechos sobrevivieron al incendio que arrasó su taller en 1936. Ya lo advirtió en 2016 el entonces concejal de urbanismo de Barcelona, Daniel Mòdol, al calificar la Sagrada Familia de «farsa» y de «mona de pascua gigante». «Es una maqueta gigante, un proyecto que carece de rigor», defendió Mòdol en un pleno, que si no causó más estupor fue porque la autoría de la Sagrada Familia siempre ha alimentado jugosos debates. Que se lo pregunten a Oriol Bohigas, arquitecto y concejal de urbanismo entre 1991 y 1994, que desde los cincuenta viene alertando del «desastre irreversible» de continuar con las obras. En 2012 llegó a señalar que la única solución era «derribar» lo construido en los últimos 20 años, pero mucho antes, en 1965, ya había firmado junto a Le Corbusier, Miró, Tàpies, Gil de Biedma o Brossa una carta en La Vanguardia que instaba a paralizar las obras. «En Gaudí hay un aspecto pictórico y escultórico que es esencial y que sólo él podía realizar. Sin él, la obra queda falseada y disminuida. Pero, además, no disponemos de ningún proyecto, de ningún plano auténtico de Gaudí (...). Nadie que respete de veras la obra gaudiniana puede colaborar a esta mixtificación», podía leerse en la misiva. Castigar al edificio Entre los firmantes figuraba también el escultor Josep Maria Subirachs, cuya intervención en la fachada de la Pasión originaría una nueva oleada de quejas en 1990. «El hecho de que sea un templo expiatorio no significa que debamos castigarlo con esas esculturas», ironizó el filósofo y entonces eurodiputado Xavier Rubert de Ventós. Casi tres décadas después sigue creciendo la Torre de Jesucristo, que en 2022 se convertirá, con sus 172,5 m., en el edificio más alto de la ciudad, y se intuye un nuevo problema en el horizonte con la decoración de la fachada de la Gloria, sobre la que Gaudí dejó pocas pistas. Eso sí: para evitar males mayores, cualquier decisión quedará en manos de una comisión formada por teólogos y críticos de arte. Serán ellos quienes deban interpretar lo que quería decir el arquitecto cuando hablaba de «representar el infierno, el cielo, el limbo y el purgatorio».
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