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    River-Boca: «Con el paraguas no puede pasar»


    Tal era el respeto, disparada la alarma desde que se apostó por el Santiago Bernabéu, que ha habido quien incluso ha bromeado ante una sobremesa de lo más tranquila. «Hay más ambiente en el Leganés-Getafe del pasado viernes que aquí», se ha escuchado en plena Castellana, obviamente con acento netamente español ese comentario. Porque lo cierto es que el River-Boca más largo de la historia ha tenido una jornada mayoritariamente pacífica, incluso sosa hasta que ha empezado a caer el sol en la capital. Con las zonas de los hinchas bien separadas (Boca, en Raimundo Fernández Villaverde; River, entre Cuzco y plaza Castilla), se paseaba a pie felizmente y sin tráfico por una de las vías más transcurridas de la ciudad, una alegría en estos tiempos de intolerables atascos y prohibiciones. Lo dicho, paz y calma, pero sin margen para la confianza. Lo más llamativo de la jornada, sin duda, ha sido comprobar el brutal dispositivo de seguridad. Había policías por todas partes, e incluso dos tanquetas amenazaban en los extremos de la Castellana. Desfilaban los agentes de caballería y a ningún aficionado argentino se le ocurría soltar algún grito de más. Cánticos, manos sueltas para alentar, bailes y poco más. Eso sí, en cada verso un recuerdo para el enemigo, que en eso son maestros. La organización ha dispuesto de tres anillos de seguridad, pero realmente se accedía sin demasiados problemas al recinto. Una vez se acercaba el personal al Bernabéu, la cosa ya se ponía más seria. Obviamente, había que presentar la acreditación (en el caso de la Prensa) o las entradas de turno para aproximarse a los accesos de Concha Espina y Padre Damián, qué menos, pero a cuatro horas del inicio se accedía sin ningún problema. Las puertas de Chamartín se abrieron tres horas antes y los más inquietos fueron tomando asiento una vez salvados los controles. Ahí ya sí que no ha habido concesiones y se ha cacheado a todos los hinchas, obligándoles a abrir bolsos o mochilas, a agacharse (por si llevaban algún artefacto en el cuerpo) y a levantarse la sudadera o el jersey. Todos los palos de banderas han sido requisados y también los paraguas, extraña tradición argentina esa de llevarlos al campo como si fueran bufandas o banderas. «Lo siento, pero el paraguas no puede pasar», se justificaba un agente de la seguridad privada del club. Ya dentro, ruido y fútbol, gritos y lamentos. Por fin se jugó la final de todos los tiempos.
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