Vladimir
Yo no sería tan negativo con respecto al papel que ha jugado el equipo de Luis Enrique en el Mundial de Qatar, y pondré un ejemplo: a punto ya de ingresar en la sexta planta, ascenso a los altares sexagenarios que se producirá por cierto justo el mismo día en que se celebra la gran final, en la que no estaremos, me acabo de enterar de lo que es un Vladimir. Todo el mundo hablaba sin parar y de un modo muy coloquial, como si lo conocieran de toda la vida, de este agente doble ruso tan misterioso sin que yo tuviera la menor idea de quién se trataba. Reconozco que llegó un momento en el que me sentí francamente incómodo, aislado, de un modo muy similar a como cuando los compañeros de trabajo comentan entusiasmados el final de una serie de televisión de la que tú ignoras por completo su existencia. Hoy, y gracias al Mundial, ya le pongo al fin cara a Vladimir. Y sé más cosas. Sé que Padrique duerme en bolas, sé que come seis huevos diarios, sé que le da igual que los jugadores practiquen sexo antes de los partidos mientras que aquello no acabe en una desenfrenada bacanal romana al estilo de las que al parecer montaba Calígula, sé que una vez corrió la maratón de Nueva York y sé que, de no haber nacido en Gijón, le habría gustado ser vasco. Sé que tiene cinco perros, que le gusta ir descalzo por la playa para descargar energía negativa y que a eso se le llama earthing. También sé que no es demasiado religioso aunque adore a La Santina y sé que, entre el mar y la montaña, él prefiere lo pedregoso. Sé que le encanta montar en bici, que sufrió con la despedida de Federer y que le pirra el arroz con leche. Y sé que a una señora que al parecer se llama María le tranquilizó mucho escuchar la voz ronca y profunda del psicólogo federativo, una especie de Pino D'Angiò patrio, ma quale idea. Del fútbol de la selección nunca supe nada pero eso en realidad no es importante porque a Qatar se ha ido única y exclusivamente para mayor gloria de la luchoneta, ese tren suicida al que debías subir sí o sí y a punta de pistola a riesgo de que sus señorías decidieran quitarte el pasaporte impidiéndote la salida del país. Por cierto, el número 8 de Marruecos se llama Azzedine Ounahi y juega en el Angers, pero eso tampoco importa. Nunca tuvimos entrenador pero, a cambio, ganamos un monologuista para La chocita del loro. Aunque el chiste de Vladimir se cuente solo.
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