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    Michelle Obama: una mujer en el sidecar del poder


    «Puesto que mucha gente me lo pregunta, lo diré aquí sin rodeos: no tengo la menor intención de presentarme a un cargo público, nunca. Jamás he sido aficionada a la política, y mi experiencia de los últimos años ha contribuido poco a cambiar eso». Así de tajante se muestra Michelle Obama (Chicago, 1964) en su esperado libro de memorias, «Mi historia» (Plaza y Janés), cuyo título original es Becoming (Llegar a ser). Esta autobiografía, un fenómeno editorial (la primera semana vendió más de 1,4 millones de ejemplares), narra su trayectoria profesional y vital marcada por el hombre que se convertiría en el primer presidente afroamericano de EE.UU. Un encuentro que descarrilló su bien proyectado futuro -a los 25 años ya era abogada en un bufete importante de Chicago, ganaba 120.000 dólares al año, vestía ropa de Armani y conducía un Saab-. Tataranieta de esclavos, sus padres eran de clase trabajadora y junto con su hermano Craig vivían en una habitación de alquiler que era del mismo tamaño que el dormitorio principal que tendría después en la Casa Blanca. Arrastrada a la política Con la mente puesta en convertirse en socia del bufete a los 32 años, esta mujer que se autodefine como «inteligente, analítica y ambiciosa» vio cómo se cruzaba en su camino un joven llamado Barack Obama, «individualista, amante de la soledad», considerado como un prodigio en su entorno, que le hizo replantearse quién quería ser. «Su aplomo, su convicción parecía poner en cuestión la mía». Lo que sí tenía claro Michelle es que jamás se aburriría con él, y que «nunca ibamos a tener dinero». En lo segundo se equivocó a tenor de lo que va a cobrar por sus memorias: 65 millones de dólares, según reveló el Financial Times. Narrado con corrección, «Mi historia» derrocha honestidad y franqueza, sin dejar apenas espacio a la frivolidad y al sentido del humor. Es un balcón privilegiado desde el que ver la admiración y amor que le profesa a Obama una Michelle que durante toda vida ha luchado por mantener el equilibrio entre su vida profesional y personal, arrastradas ambas hacia la política, que ella detesta hasta el punto de no querer que su marido se presentara a senador en Washington, o considerar improbable su victoria en las presidenciales de 2008. Michelle no evita temas delicados, como la enfermedad de su padre, que sufrió escleroris múltiple; sus problemas para tener hijos, lo que la obligó a someterse a fecundación in vitro; o la crisis matrimonial -tuvieron que ir a terapia de pareja- cuando Obama ya se había sumergido en política. «Era un marido a tiempo parcial». Diana de las críticas «Ser primera dama no es un trabajo, ni un título oficial, es un extraño sidecar de la presidencia», reconoce una mujer que tendrá que superar su miedo a estar en la diana de las críticas. Cuestionada -por su aspecto, su ropa, su forma de hablar-, pero también admirada -ha llegado a gozar de más popularidad que su marido-, no busca un ajuste de cuentas y es discreta al repartir alabanzas. Tiene palabras de elogio para el matrimonio Biden y de respeto hacia Hillary Clinton. De los líderes internacionales destaca a Isabel II, un «icono» para ella, y a Nelson Mandela. Y no tiene reparo en demostrar su desprecio por Donald Trump. Habla de sus propios logros: la lucha por una alimentación sana para los niños y la educación como herramienta para alcanzar un futuro mejor, especialmente para las niñas. «Soy una persona común que acabó embarcada en un viaje fuera de lo común». «Mi historia». Michelle Obama Memorias. Plaza & Janés, 2018. 528 páginas. 21,75 euros. E-book: 12,34 euros.
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